ORDENACION SACERDOTAL / IGLESIA CATOLICA ANGLICANA
ORDENACION SACERDOTAL / IGLESIA CATOLICA ANGLICANA

SACERDOTE PARA SIEMPRE

 

Por supuesto que los sacerdotes son hombres, nacidos de familias comunes y corrientes, que tienen virtudes y defectos como todos los seres humanos. Pero Dios los ha escogido desde toda la eternidad para cumplir la misión de llevar su amor y su perdón a todos los hombres. Por ello, en su vida debe resplandecer el amor, deben ser padres ejemplares para sus fieles. Y deben estar bien preparados humana y espiritualmente para poder responder a todos los retos y preguntas que les hace el hombre de hoy. Ser sacerdote en un mundo en continuo cambio, que todo lo relativiza y que parece ir hacia la total libertad de costumbres, ciertamente no es fácil. Muchos sacerdotes sufren la incomprensión y el rechazo de sus contemporáneos. Otros sufren de soledad en este mundo, en que queda poco espacio para Dios. Pero, si se mantienen fieles a su misión espiritual, y no dejan la oración ni la Eucaristía, podemos decir que podrán decir al final con alegría: Misión cumplida. Hoy, cuando muchos medios de comunicación social pareciera que se regocijan, buscando y aireando casos de escándalos sacerdotales, sería bueno recordar que la mayoría de los sacerdotes de todos los tiempos han sido buenos seguidores de Cristo y han cumplido y cumplen fielmente su misión. Si no han faltado infieles a su vocación, tampoco han faltado nunca santos eminentes para gloria de Dios y de la humanidad entera. Ojalá que este libro sea un estímulo para tantos jóvenes, que desean dar un sentido profundo a sus vidas, para que sigan este camino al que son llamados, sin temor. Vale la pena dar la vida por Cristo y por los demás y ser otro Cristo en la tierra, hasta sus últimas consecuencias. Sacerdote, cada día tus manos son la cuna de Jesús; en tus manos Dios cambia la sustancia del pan y del vino en la carne y sangre de Jesús; por medio de tus manos da la absolución de los pecados. Tus manos liberan, sanan, bendicen y perdonan. No lo olvides nunca.

 

LA VOCACIÓN SACERDOTAL

 

Desde toda la eternidad Dios ha escogido a algunos hombres para que le sirvan de modo especial dentro de la Iglesia. Son escogidos personalmente. ¿Por qué a unos sí y otros no? Son los misterios de Dios, pues la elección es un don gratuito que nadie puede merecer. La vocación es como una revelación misteriosa de Dios a un hombre, para encomendarle una misión que supera con mucho sus fuerzas. Pero que él, contando con la gracia del mismo Dios, puede aceptar y cumplir. Es como si Jesús le dijera a cada uno en particular, en lo más profundo de su alma: Sígueme. Algunos pueden dudar, quizás crean que su misión es otra; pero, si le piden su luz, Él nunca dejará de iluminarles el camino y hablarles interiormente con claridad. Alguien ha dicho que la vocación al sacerdocio es como un poema de amor entre Dios y el hombre. Es una llamada y una respuesta de amor al Amor. Es un diálogo de corazón a corazón, en el que Dios lo llama a ser otro Cristo, dispuesto a dar su vida por los demás y a servirles sin condiciones ni limitaciones para siempre. El sacerdote está llamado a ser mediador entre Dios y los hombres. Y nadie puede arrogarse este honor, pues es Dios quien llama como en el caso de Aarón (Heb 5,4). Es tomado de entre los hombres en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados por cuanto él está también rodeado de flaqueza y, a causa de ella, debe por sí mismo ofrecer sacrificios por los pecados igual que por el pueblo (Heb 5, 1-3). Jesús les dice: No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que yo os he elegido a vosotros (Jn 15, 16). Por eso, la vocación, en su dimensión más profunda, es un gran misterio y es un don que supera infinitamente al hombre.

 

Hugo Wast decía: Un sacerdote hace más falta que un rey, que un militar, que un médico, que un maestro, porque él puede reemplazar a todos, pero nadie puede reemplazarlo a él. SER SACERDOTE Decía san Juan María Bautista Vianney, el famoso cura de Ars: El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús... Si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moriríamos, no de pavor, sino de amor. El sacerdote es el depositario y distribuidor de los dones de la Redención. Es pastor y guía del pueblo de Dios. Es representante y embajador de Cristo en el mundo y debe actuar siempre en su Nombre y con su poder. En su aspecto exterior, debe reflejar su dignidad y, por eso, debe distinguirse de los demás como el pastor se distingue de sus ovejas. Debe ser un padre para todos, siempre disponible. Debe ser un hombre de fe, un hombre de Dios. Y debe sentir, como una responsabilidad, la salvación de todos los hombres. Por lo cual, cada día, durante la celebración de la misa, debe encomendarlos a todos como un padre a sus hijos. Porque cada sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y sentirse, de algún modo, responsable de ella.

  

Pero, sobre todo, el sacerdote debe ser el hombre de la Eucaristía, debe centrar su vida en la celebración del misterio eucarístico. El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. La celebración de la Eucaristía es para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida. Cuando celebra la misa, la celebra en la persona de Cristo (in persona Christi). Lo que Cristo ha realizado sobre el altar de la cruz y que, precedentemente, ha establecido como sacramento en el cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En ese momento, el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la Última Cena. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo sacerdote. La Eucaristía constituye la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella... Nosotros estamos unidos de manera singular y excepcional a la Eucaristía. Somos, en cierto sentido, “por ella y para ella”. Somos, de modo particular, responsables de ella. También el sacerdote es testigo e instrumento de la misericordia divina y, por eso, como un padre, debe esperar en el confesionario a sus hijos que desean recibir el perdón de Dios. El sacerdote es administrador de bienes invisibles e inconmensurables que pertenecen al orden espiritual y sobrenatural. Precisamente por ello, el sacerdote debe estar bien preparado para poder responder a las exigencias del mundo moderno. Debe actualizarse constantemente en los últimos documentos de la Iglesia y seguir atentamente los acontecimientos del mundo. Debe estar altamente cualificado, pero, sobre todo, debe amar a Cristo.

 

Sólo si tiene una experiencia personal de Cristo puede comprender en verdad su voluntad y, por tanto, la propia vocación. Cuanto más conoces a Jesús, más te atrae su misterio; cuanto más lo encuentras, más fuerte es el deseo de buscarlo. Es un movimiento del espíritu que dura toda la vida. Por eso, el sacerdote no puede conformarse con lo que ha aprendido un día en el Seminario, aun cuando se haya tratado de estudios a nivel universitario. El proceso de formación intelectual y espiritual debe continuar toda la vida. Por otra parte, el sacerdote, a diferencia de otras profesiones como médicos, ingenieros, abogados, maestros..., está marcado como tal para toda la eternidad, es sacerdote para siempre. En el cielo se reconocerá a los sacerdotes como tales. El día de su ordenación recibió el carácter sacerdotal, como un sello indeleble, que le indica que es de exclusiva propiedad del Señor. El carácter sagrado le afecta de modo tan profundo que orienta íntegramente todo su ser y su obrar hacia su destino sacerdotal. De modo que no queda en él ya nada de lo que pueda disponer como si no fuese sacerdote... Y cuando realice acciones que, por su naturaleza, son de orden temporal, el sacerdote es siempre ministro de Dios. En él, todo, incluso lo profano, debe convertirse en sacerdotal3. El sacerdocio, para él, no es un modo de conseguir seguridad en la vida, un modo de ganarse el pan y obtener una cierta posición social. El sacerdocio sólo puede ser una respuesta a la llamada de Dios, pues nadie puede darse a sí mismo el sacerdocio. Es Jesús quien llama al que quiere. No existe el derecho al sacerdocio, como si fuera un derecho humano, que hay que respetar en quien quiere recibirlo. El sacerdocio no es un oficio o profesión como las demás. El sacerdocio es una llamada personal de Jesús, que el llamado puede rechazar. Pero que, si la sigue, debe tomarla en serio. Hay un derecho del Señor sobre los llamados, que deben seguir y aceptar su voluntad. Por eso, un sacerdote no puede ser mediocre. Las almas necesitan sacerdotes-sacerdotes y no sacerdotes a medias, que viven como laicos, o laicos, que actúan como sacerdotes. Hay que ser sacerdotes-sacerdotes al ciento por ciento. Y eso debe notarse hasta en su modo de vestir y de vivir. Un sacerdote debe cuidar su espíritu, pues debe ser un modelo espiritual para los demás, o sea, debe ser ejemplar. Cada palabra y cada acción deben estar imbuidas de su espíritu sacerdotal y de su misión de salvar almas. El sacerdote no puede ser solamente un promotor social. Debe ser un hombre de Dios y llevar a los hombres a Dios.

 

La Madre Teresa comentaba: Conozco a un sacerdote que viajó a Sudamérica para ayudar a los pobres. Tenía un gran entusiasmo, disponía de medios materiales... Cuando llegó, comenzó a construir clínicas y escuelas. Después de diez años, se dio cuenta de que muchos de sus parroquianos acudían a una misión evangélica. Se habían cambiado de religión. Un día, se quejó a uno de los ancianos, un hombre fiel, que siempre estaba en la iglesia ayudando al sacerdote. El anciano lo miró con lágrimas y le dijo: “Padre, no quiero lastimarlo. Usted nos trajo un montón de cosas buenas. Ha trabajado muy duro, pero no nos ha traído a Jesús y nosotros necesitamos a Jesús”. El sacerdote se sintió avergonzado y dijo: “Estaba muy ocupado y casi no celebraba misa. No tenía tiempo. Para mí era muy importante alimentar a esas personas que tenían hambre”. Pero Nuestro Señor le mostró que esas personas querían algo más que cosas materiales... Para él las cosas materiales eran importantes, pero un sacerdote no puede convertirse en un trabajador social ni en un político. Él no puede depender de recursos humanos, él debe depender de Jesucristo.

  

Por eso, cuando desapareció su ceguera espiritual, me dijo: “Yo había perdido la fe. Me enojaba de que los pobres fueran explotados y no veía nada más”. Este sacerdote regresó a Sudamérica como un hombre cambiado después de un retiro en su patria. Y comenzó a entender las palabras de Jesús a sus apóstoles: “Para mí nada es imposible”. Vio, a través de los ojos de la fe, la importancia de su sacerdocio y entendió la necesidad de depender de Dios. Comprendió que su principal misión como sacerdote era amar a Jesús y llevar a Jesús, presente en la Eucaristía, a los demás. Y sintió la necesidad de orar y de ser santo para ser un fiel instrumento de Jesús. El mundo actual reclama sacerdotes santos. Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez más secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así, el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, esperan un guía así ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo auténtico!. Por todo ello, es tan importante la oración en la vida del sacerdote. La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración.

 

Debe estar convencido de que el mejor tiempo empleado es el tiempo dedicado a la oración. Si todos estamos llamados a la santidad, ¡con cuánta más razón el sacerdote! ¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él aquel tesoro evangélico por el cual vale la pena darlo todo (DM 10). De aquí que sea tan importante recordar y celebrar cada año el día de la ordenación sacerdotal. Así lo hacía el santo Padre Pío de Pietrelcina, que escribía: Mi pensamiento vuela al día de mi ordenación. Mañana, fiesta de san Lorenzo es, precisamente, el día de mi fiesta. Ya he comenzado a probar de nuevo el gozo de aquel día santo. Desde esta mañana, he comenzado a gustar el paraíso. Voy comparando la paz que sentí aquel día con la paz que comienzo a sentir desde la víspera de este día y no encuentro nada diferente. El día de san Lorenzo fue el día en que mi corazón estuvo más encendido de amor a Jesús. ¡Qué feliz fui aquel día de mi ordenación!

 

SACERDOTE DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

 

El sacerdote es ministro de Cristo y, en la celebración de la misa, ofrece el santo sacrificio in persona Christi (en la persona de Cristo), lo cual quiere decir más que en nombre o en vez de Cristo. In persona quiere decir en la identificación específica sacramental con el sumo y eterno sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de este su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie. En la misa, Cristo absorbe la persona del sacerdote y actúa a través de él, que es su ministro e instrumento. El sacerdote le presta su voz, sus manos, su cuerpo. El que habla en la misa, no es el sacerdote humano, al que escuchamos. Ciertamente, oímos su voz, pero su voz viene de más arriba, de más hondo. Es la voz de Cristo, que habla a través del sacerdote. Sus manos son las manos de Jesús, porque, en realidad, es Jesús quien celebra la misa por medio del sacerdote. Él es el único y eterno sacerdote; pero, como a Él no lo vemos ni oímos, necesita del sacerdote, como de una pantalla, para proyectar su propia vida, su amor, su voz y su ofrecimiento permanente por la salvación del mundo. Ahora bien, el ofrecimiento de Cristo, es decir, su misa no la hace solo. Ofrece continuamente consigo a su Cuerpo, que es la Iglesia, y quiere que todos los fieles, empezando por el sacerdote y los que asisten a la misa, se ofrezcan, junto con Él, al Padre, por la salvación del mundo. La misa, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo Nuestro Señor, por el misterio del sacerdote, se ofrece a sí mismo a Dios Padre. Por eso, el sacerdote no puede ser sacerdote de Cristo sin la Iglesia, pues Cristo y la Iglesia están íntimamente unidos como la Cabeza y el Cuerpo. Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su Cuerpo (Ef 5, 23). Vosotros sois el Cuerpo de Cristo (1 Co 12, 27; Rom 12, 5). Por lo cual, el sacerdote debe celebrar la misa en unión con todo el universo y con todos los hombres.  

 

En la celebración eucarística no sólo hay comunión con el Señor, sino también con la creación y con los hombres de cualquier lugar y tiempo... La celebración eucarística no es sólo un encuentro entre el cielo y la tierra, sino también un encuentro entre la Iglesia de entonces y la de hoy, entre la de aquí y la de allí... La celebración de la misa necesita del sacerdote, que no habla en su propio nombre, no actúa como si se tratara de una tarea propia, sino que representa a toda la Iglesia, a la Iglesia de cualquier tiempo y lugar, a la Iglesia que le ha transmitido a él lo que ella misma ha recibido.

 

Como muy bien ha dicho alguien, hay que darse cuenta con toda claridad de que la misa que se celebra, no es la misa del padre Juan, o del padre Antonio, sino la misa de Jesús y, por tanto, no podemos celebrarla a nuestro gusto y de acuerdo a nuestras ideas y opiniones, sino de acuerdo a lo que Cristo quiere, según las normas establecidas por la Iglesia universal y que tienen una continuidad viva y progresiva desde la misa de la Última Cena hasta ahora.

 

Por eso, nuestro Arzobispo les dice a los sacerdotes: ¡Creed en el gran poder de vuestro sacerdocio! En virtud del sacramento habéis recibido todo lo que sois. Cuando pronunciáis las palabras “yo ” o “mío” (Yo te absuelvo, Esto es mi cuerpo...) lo hacéis, no ya en vuestro nombre, sino en el nombre de Cristo (in persona Christi), que quiere servirse de vuestra boca y de vuestras manos, de vuestro espíritu de sacrificio y de vuestro talento. En el momento de vuestra ordenación, mediante el signo litúrgico de la imposición de las manos, Cristo os tomó bajo su particular protección; estáis ocultos bajo sus manos y en su Corazón. ¡Sumergíos en su amor y entregadle el vuestro!... En un mundo en el que hay tanto ruido, tanta desorientación, es necesaria la adoración silenciosa de Jesús oculto en la hostia. Cultivad con asiduidad la plegaria de adoración, y enseñadla a los fieles. En ella hallarán consuelo y luz, especialmente las personas que sufren. De los sacerdotes, los fieles esperan una cosa: que sean especialistas en fomentar el encuentro del hombre con Dios. No se le pide al sacerdote que sea experto en economía, en construcción o en política. De él se espera, que sea experto en la vida espiritual.

 

DIGNIDAD DEL SACERDOTE

  

Decía el Papa Pío XII que los que se consagran enteramente a Dios tienen una vocación angélica. Por eso, el sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes y dar a los otros el ejemplo de una vida pura. Sus costumbres no deben parecerse a las de los otros, él no debe llevar los caminos comunes, debe vivir como los ángeles en el cielo o como los hombres perfectos en la tierra.

 

Ya san Agustín en su tiempo decía: ¡Oh venerable dignidad del sacerdote! Entre sus manos el Hijo de Dios se encarna como en el seno de la Virgen. Ellos son más grandes que los ángeles. El mismo Jesucristo le dijo un día a santa Brígida: Yo he escogido a los sacerdotes por encima de los ángeles y de los hombres, y los he honrado sobre todas las cosas. Les he dado el poder de atar y desatar en el cielo y en la tierra. Les he dado el poder de consagrar mi Cuerpo. Si yo hubiese querido, hubiese escogido para tal oficio a los ángeles. Pero yo amo tanto a los sacerdotes que yo los he elevado a este grado de honor. Al santo cura de Ars le gustaba decir: El sacerdote es un hombre revestido de todos los poderes de Dios. Al sacerdote no se le podrá comprender bien más que en el cielo. Cuando celebra la misa, él hace más que si creara un mundo nuevo. Si yo encontrara un sacerdote y un ángel, yo saludaría primero al sacerdote y después al ángel. Algo parecido decía también la beata Crescencia Höss y san Francisco de Asís.

 

San Francisco de Sales cuenta que un joven sacerdote, recién ordenado, después de la ceremonia de la ordenación, estaba para salir de la iglesia, cuando se detuvo breves instantes en la puerta, haciendo señas a un ser invisible de querer cederle el paso y salir después de él. El obispo, asombrado por este detalle, lo llamó y le preguntó la razón de aquello; y el joven sacerdote le respondió: Desde hace un tiempo, el Señor me ha dado la gracia de poder disfrutar de la vista de mi ángel. Antes de ser sacerdote, él iba siempre delante de mí, pero hoy, por honor a mi sacerdocio, me ha cedido el paso, diciéndome que él es mi servidor y de todos los sacerdotes. Por eso, yo he debido pasar primero. San Juan Crisóstomo decía: Debemos respetar a los sacerdotes más que a príncipes y reyes, y venerarlos más que a nuestros padres. Éstos nos han engendrado por medio de la sangre, pero los sacerdotes nos hacen nacer como hijos de Dios. Por esto, el alma del sacerdote debe ser más pura que los rayos del sol para que el Espíritu Santo no lo abandone y para que pueda decir: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en Mí. Sin embargo, aunque el sacerdote deje mucho que desear, hay que respetar su dignidad, pues Dios le ha escogido a él para ser su instrumento de perdón y salvación para los hombres. Si es un pecador, Dios lo juzgará. Pero sabemos que la inmensa mayoría de los sacerdotes son buenos e, incluso, hay algunos santos. Y es muy hermoso ver personas que se acercan al sacerdote para saludarlo con respeto y le besan la mano o le piden su bendición.

 

Dice el libro de la Imitación de Cristo: Grande es la dignidad de los sacerdotes. Se les ha dado lo que no se concede a los ángeles. Sólo los sacerdotes, ordenados en la Iglesia, tienen poder de celebrar y consagrar el Cuerpo de Jesucristo... Por eso, el sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes y ha de dar a los otros ejemplo de vida buena... Cuando el sacerdote celebra la misa, honra a Dios, alegra a los ángeles y edifica la Iglesia; ayuda a los vivos, da descanso a los difuntos y se hace participante de todos los bienes. Decía san Pedro Julián Eymard que el sacerdocio es la mayor dignidad que hay en la tierra. Es mayor que la de los reyes, pues su imperio se ejerce sobre las almas... El ángel sirve al sacerdote; el demonio tiembla ante él; la tierra lo mira como salvador y el cielo lo ve como príncipe que conquista elegidos. Jesucristo ha querido que sea otro Él mismo (otro Cristo en la tierra); es un Dios por participación, es Jesucristo en acción. El sacerdote en la misa es Jesús. Una religiosa contemplativa, a quien conozco personalmente, y tiene dones místicos y una vida sobrenatural fuera de lo común, me decía que un día, en el momento de la consagración, vio a Jesús en la persona del sacerdote. Ante su vista, desapareció la figura del sacerdote y, en su lugar, vio a Jesús. Fue una experiencia transformadora; porque, desde ese día, su amor a los sacerdotes, como representantes de Jesús en el mundo, se aumentó inmensamente.

 

PADRE DE TODOS

 

El sacerdote debe ser un padre y un pastor para todos sin excepción. No trabaja sólo unas horas determinadas, sino que es sacerdote por siempre y para siempre. Debe estar disponible las veinticuatro horas del día, sobre todo, para cosas importantes. Y debe hacer su labor pastoral con ánimo amable y acogedor, porque cualquier persona, por pobre que sea, debe tener derecho a pedirle algo de su tiempo para ser escuchada o atendida. Esto significa que debe ser sacerdote de cuerpo entero, y no a medias tintas, evitando los malos tratos, teniendo paciencia con todos y siendo comprensivo. Con frecuencia, la gente se acerca al sacerdote para pedirle que los encomiende a ellos o a sus familiares, en casos de especial necesidad o en problemas de salud del cuerpo o del alma... Y el sacerdote debe ser el padre bueno que los escucha y los consuela y pide a Dios por ellos. San Jose maría Escribá de Balaguer decía: Hay que ser, en primer lugar, sacerdotes, después sacerdotes y siempre y en todo sacerdotes. La Iglesia necesita sacerdotes enamorados de Cristo, felices de seguir al Maestro, mientras recorre la tierra en busca de almas que salvar, con el corazón palpitante de amor sacerdotal. Cristo celebra la misa por medio del sacerdote que, en esos momentos, está como identificado con Él, como el fuego y el hierro se unen en un hierro rusiente. Son UNO, siendo dos. Son dos en UNO. Por eso, esta unidad e identificación del sacerdote con Cristo en la misa y comunión debe llevarla a la vida diaria y debe comportarse como otro Cristo en la tierra. Y ofrecer cada día en la misa, como un buen padre, las preocupaciones y necesidades de todos sus hijos. Cuando bautiza, es padre de modo especial; porque, en ese momento, engendra hijos para Dios y los hace nacer a la vida de Dios. Igualmente, cuando confiesa y aconseja está siendo padre amoroso que perdona a sus hijos extraviados y, con el poder de Dios, les devuelve la vida divina o los dirige por el camino del bien.

 

Los fieles quieren ver al sacerdote humilde, sencillo y cercano. También lo quieren culto, de modo que pueda aconsejarles en cualquier cuestión moral o personal que se presente. También quieren que rece, que no se niegue a administrar los sacramentos, que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas..., que ponga amor y devoción en la celebración de la santa misa, que consuele a los enfermos y afligidos, que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana. El sacerdote, como padre, debe ser un ejemplo para sus hijos, pues un ejemplo vale más que mil palabras. Se le debe notar que es un hombre de Dios en el modo de hacer la genuflexión ante el Santísimo, en el respeto con que lee la palabra de Dios, en su compostura al celebrar la misa, en su amor a los niños, a los pobres y enfermos... Y debe ser un pastor, que guía a sus ovejas hacia Jesús, sobre todo, a Jesús presente en la Eucaristía. También, como buen padre, debe buscar a sus ovejas perdidas y orar por ellas; visitar las familias, los colegios, los hospitales... Su trabajo sacerdotal abarca toda su vida. Es sacerdote para toda su vida. Nunca puede decir: estoy fuera de servicio. Aunque esté en un país extranjero o muy lejos de su parroquia, debe manifestarse a todos como sacerdote, porque en todas partes hay ovejas que pueden necesitar de sus consejos o de una confesión.

 

En el tiempo de San Francisco, la valdenses también querían renovar la Iglesia pero a base de criticar públicamente al clero. En una ocasión, un valdense observó la gran reverencia que San Francisco tenía por los sacerdotes y le dijo que el párroco de aquel lugar vivía en pecado. "¿Tenemos que creer en sus enseñanzas y respetar los sacramentos que celebra?", le preguntó.  San Francisco fue al sacerdote, se arrodilló ante el y tomó sus manos diciendo, "Yo no se si estas manos están manchadas como dicen. Pero si se que aunque lo estuvieran, en ningún modo se pierde el poder y la efectividad de los sacramentos de Dios... Por eso beso estas manos, por respeto a lo que hacen y respeto por Aquel que les dio Su autoridad".

Escudo Diócesis  de la Nueva Granada

Escudo Episcopal

Diócesis de la Nueva Granada

¿Qué significa ser Anglicano?

Veamos

 

Ser una parte de la Iglesia de Cristo sin excluirse ni aislarse de otros cristianos.

 

La Santísima Virgen María, juega un papel importante en la vida de un Anglicano. Nos acogemos a la Advocación de Nuestra Señora de Walsingham, patrona de Inglaterra. A quien honramos como Madre de Dios, Llena de Gracia e Inmaculada.

 

Reconocer que la Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11) … La Sagrada Eucaristía, en efecto contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5)


Vivenciar como en el santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Conc. De Trento: Ds 1651)

 

Participar en la vida del pueblo de Dios, con sus alegrías y sus penas.

 

Pertenecer a una comunidad donde toda persona es respetada por su individualidad y en donde pone al servicio de los demás sus talentos.

 

Demostrar una teología basada en las Sagradas Escrituras, respetuosa de la Tradición y coherente con la inteligencia y la razón. Razón y Fe.

 

Estar dispuesto a celebrar la unidad en la diversidad.

 

Tomar en serio las Sagradas Escrituras, sin creer que todo texto deba ser entendido literalmente. 

 

Sentir devoción y reverencia por los Sacramentos, sin intentar definir cada punto referente a estos misterios.

 

Considerar el ministerio como deber y privilegio de todas las personas bautizadas. Hacer hincapié en la moralidad (todo lo que es bueno y edifica) y evitar el moralismo (que define la salvación como resultado de la conducta individual y no de la obra de Cristo).

 

Participar de la Herencia Apostólica, la fe en el Evangelio de Cristo.

 

Formar parte de una historia Antigua y Sagrada que se renueva cada día.

 

Creer que la Iglesia pertenece a todos nosotros, y que todos tenemos el privilegio de apoyarla según las posibilidades de cada uno.

 

Participar en la administración y el gobierno de la Iglesia bajo el orden establecido.

 

Pertenecer a una familia internacional, intercultural e inter racial que proclama el Evangelio en todo el mundo, como Cristo nos mandó hacer.

 

Nos  alegra que nos visite. La Iglesia Anglicana es una Iglesia histórica que tiene sus orígenes en los primeros siglos de la fe cristiana. Es una Iglesia con su propia identidad y una rica herencia. Está fuertemente comprometida en la vida religiosa y la misión.

 

La Iglesia Anglicana es Una Iglesia Católica con los Sacerdotes, los Credos, los Sacramentos, Obispos, la Eucaristía, la Sagrada Escritura y la enseñanza de los Apóstoles, Mártires y Santos. Así, como de los Santos Padres.

 

¡Acércate a Jesús! Aprende más sobre Él,  la reconciliación y el perdón, de todos tus errores, ofensas y pecados,  de la vida eterna y  de la Palabra de Dios. Háblanos porque Jesucristo quiere que te escuchemos y sirvamos en Su Nombre ya que: Dios es Amor.    

 

 

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